Día de Muertos, el ritual más mexicano
Irma Villa
Emilio Carranza, una población costera ubicada en el inicio del norte de Veracruz, recibe año con año una gran cantidad de personas que retornan por la celebración del Día de Muertos, cuya principal actividad es visitar el Camposanto, para cumplir con amor el ritual heredado de nuestros antepasados prehispánicos.
Esta tradición de adornar con flores y veladoras las tumbas de los seres queridos que en ellas descansan es tal vez la más emotiva para los mexicanos, porque es un hilo invisible que anuda a los que trascendieron hacia el Mictlán con los que aún estamos en la tierra. Se lleva a cabo en todo México y en otras zonas de América Latina, incluso en los Estados Unidos, debido a la migración.
En lo personal, después que este 2 de noviembre llevamos las coronas y las flores a mis padres, abuelo y abuelas, recordé que dicho hilo es muy frágil, y sentí ganas de llorar al pensar que estas tumbas podrían quedar en el olvido, porque mis dos hermanos y yo somos los últimos descendientes de una familia que se originó en el siglo XIX, cuando Maurilio Villa Lagunes y Micaela Morales Mata se desposaron y a la postre tendrían sólo dos hijos: Sofía Villa Morales y Ruperto Villa Morales. Mi tía murió muy joven, a los 27 años, ignoro el lugar en el que descansan sus restos mortales.
La sensación me orilló a escribir un WhatsApp a mi hijo, pidiéndole que cuando yo muera, él vaya al panteón a dejar la ofrenda, porque es la forma más linda de permanecer abrazados en el tiempo, es decir, de perpetuar una identidad.
Su respuesta: “ay, madre mía, claro que sí; ya puse mi altarcito”. Me conforma saber que además de mi hijo, tengo a mi sobrina Esperanza Herrera Lagunes, que es como otra hija y que es quien me acompaña año con año en este hermoso ritual. Así es como la festividad de Día de Muertos ha pasado los siglos en nuestro país, y espero que siga haciéndolo.